Escuchar el alma con sonido de violines
Nos acostumbramos a posicionarnos apasionadamente con la lógica pero paradójicamente las emociones nos trascienden hasta desubicarnos de la fría coherencia de la existencia. Sin embargo, este libro marca un norte emocional absorbente amén de inusual y nos sitúa, de manera asaz inteligente, en los beneficios de la sensibilidad no exenta de realidad asumida en un plano de fantasía tan natural como carente de efectismo artificioso. No es fácil escribir sobre las fantasías emocionales sin desbarrar en la exageración, todo lo contrario que conlleva la elegancia diversificada, musical, poética y amorosa de esta novela tan singular.
Son tres los factores que otorgan una excepcional eficacia narrativa a esta historia magistralmente compuesta:
- La aceptación de la imaginación como una realidad trascendente donde no existen fronteras; así explayarse con una naturalidad muy a propósito para la misma esencia de la obra que destaca por su versatilidad sorpresiva desde el inicio.
- La deducción exhaustiva que analiza la observación de las emociones hasta irrumpir en la magia de los sentimientos sostenidos. La relación entre Cuqui y Teodora es entrañable y se complementa con Daniela y Arturo. Teodora representa el simbolismo de la desafección con un mundo incierto que se suple con una filosofía eficaz de relativismo resumido en la ingeniosa frase: “Las cosas importantes son las que no sirven para gran cosa”.
- La Música como alternativa poética que en su sabiduría transmite el alma de las propias emociones y el conocimiento ponderado en que se basa su orden disciplinado para luego expandirse, sin medida, en un sortilegio acústico.
Pocos saben expresarse en el aparente desorden de las emociones a poco que ahondan en los entresijos de sus complicadas consecuencias. Sentir en ocasiones es un laberinto por temor a descubrir lo que existe detrás de esa sensación que nos convierte en vulnerables. María José lo explica con destreza en la sensible alternancia de los tres factores que destacan en la narración. Existen confusiones en el sentimiento que frecuentemente se silencian para que el sordo murmullo de los magines se explique y pocos pueden escucharlo por la intimista complejidad que entraña una comunicación de esta índole reservada. Una gran mayoría calla esas complejas disertaciones del alma que tanto cuestan expresar. Para María José Voltes, sin embargo, la sordina del sentir no es instrumento de inspiración sino que convierte en alta voz aquello que se expresa con una armonía abracadabrante que se compone de personajes inauditos con los que nos familiarizamos acaso como reflejo de nosotros mismos, los lectores que nos sentimos revitalizados en un mundo de humanizados conejos.
Esta obra se explaya de originalidad en una intención desacostumbrada que sólo puede trascender con el resultado flamante que resulta al colocar todas las piezas de un puzle conformado de musicalidad, honda transmisión de inteligencia emocional y una intención de particularidad que sólo se advierte cuando accedemos como parte de ese espacio lector que nos ha reservado la autora en un mundo apasionante convertido en una evidente conejera. No nos sorprende la transmutación cuando, todo lo contrario, partimos de la base de que todo ha de estar transformado para comprender el porqué de esta elegante narración.
Existen fantasías que nos trasladan a lejanos mundos con la sensación de que algo dejamos atrás para imbuirnos de otra realidad. Se me antojan de imaginación grotesca, descarada y poco sutil porque he descubierto que existe otra manera de imaginar conteniendo la experiencia mundana sin desdeñar el tesoro de la fantasía. Una inventiva que nos implica de real emoción aunque nos inspire un conejo las más sublimes sensaciones que nos llegan al alma con los pies puestos sobre el suelo. Esa finura extrema de lo sutil pierde medida para expansionarse con una belleza inacostumbrada el pensamiento profundo que abarca el amor, la vida y la muerte desde la experiencia sentida de una vibrante vivencia existencial que narra de manera tan hermosa “Los cisnes no tienen alma, los violines sí”.
Era inevitable que concitara mi atención un título que aun siendo una prosa nos embebe en un proyecto poético imbuido de sabiduría, con una narración sencilla sobre los más complejos postulados existenciales que son como una caricia versátil al corazón; porque suave como la pelusa de un conejo es como se percibe el alarde inspirativo de estas letras repletas de romanticismo tenaz y consecuente.
Una opera prima de María José Voltes que se advierte inevitable en el impulso inspirador dada la capacidad creativa de una autora que aúna un sentido común versado en la sabiduría de la reflexión con un exclusivo discurrir emocional que nos traslada el alma a los infinitos placeres de la musicalidad; pura musicalidad universal para advertir que la forma de la vida es sólo una expresión ilimitada del espíritu que la percibe, siendo sublime incluso desde la percepción de un mundo hecho a medida de sensibles conejos. Como la vida misma, los violines suenan a alma.
Ignacio Fernández Candela
Escritor-Crítico literario
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