La indignación a precio de saldo.
Llamar a Hessel intelectual es una deferencia demasiado generosa con quien ha escrito un mediocre panfleto abogando por una revolución de ideas sin argumentos ni coherencia. El libro es una llamada a sordos para que armen mucho ruido; un fenómeno de distracción para hilar indignaciones con sesgo totalitario que nada libertario. Hessel es un farsante pero muy provisto de esa listeza que tanto llama la atención a los incautos que le siguen el juego revolucionario.
Queda la evidencia nada literaria de un propósito demagógico que , con la excusa de la justicia paritaria, ha revertido pingües beneficios a los ideólogos de pacotilla que representa Hessel a la cabeza de un estólido discurso populista de manipulación.
Los tiempos actuales en que desembocan los sistemas instaurados de orden, son el resultado de una evolución de siglos que ha constituido el armazón social y cada vez más multitudinario desde el que edificar las civilizaciones. El tiempo ha demostrado la ineficacia de las utopías ante el pragmatismo de la construcción que deriva del conocimiento aprehendido por la experiencia histórica.
El sistema es una resultante de una progresión que se ha alcanzado después, incluso, de guerras mundiales. Son directrices que facilitan la convivencia de un complejo entramado de disparidad social y política.
El sistema es una resultante de una progresión que se ha alcanzado después, incluso, de guerras mundiales. Son directrices que facilitan la convivencia de un complejo entramado de disparidad social y política.
Nadie dijo que el sistema fuese perfecto pero establece un orden real por el cual regirse de manera universal, sea cual sea la civilización que lo aplica. Es del todo demagógico, si no ingenuo y paralizante, esgrimir argumentos radicales que pretendan arrancar el enraizado conjunto de aplicaciones devenidas de siglos de Historia experimentada.
El romanticismo de la protesta es mayor que la funcionalidad de lo ideado; no es válida la intención si sólo queda en el gesto. La petición de medidas no puede basarse en una arenga sin significado. Los argumentos de Hessel no son consistentes y demuestran un desconocimiento supino de unas reglas multidisciplinares imprescindibles para el rasgo evolutivo de cada país confrontando con sus problemas- en realidad inherentes a la propia realidad de ese sistema que, no siendo perfecto, es una directriz conocida- que pueden resolverse en mayor o menor medida.
En España ha ganado un sistema democrático donde la protesta contra el mismo es una minoría no representativa. Hay modos de construir si no se pierden las fuerzas en estimar inocuas las medidas que pueden abordar conflictos y mejorar la vida de los ciudadanos. La libre competencia ha de ser una realidad del sistema por el que todos nos regimos. La oportunidad es la misma que el deber de aceptar las reglas, de lo contrario ir a contracorriente no es una muestra de rebeldía sino de un despotismo que puede reemplazar una mayoría absoluta que decide trabajar por mejorar las circunstancias colectivas y personales.
El mayor ejemplo de ese revolucionario llamamiento desinflado está en España. Todo progreso conlleva sacrificio pero es un sacrificio real y surte efecto cuando argumenta con justicia una carencia del sistema. En este caso existe una coyuntura delicada pero se cuestiona el pragmatismo de un resultado histórico de construcción civilizada. No es un aspecto el que se cuestiona sino una base de orden civilizado. No es práctico ni aporta nada esa protesta en la que estamos de acuerdo pero no en que sea un paradigma para contraponer a lo establecido. Es una protesta vacía de contenido y los ideólogos del 15M han quedado en evidencia cuando se han manifestado. La ignorancia es tan osada como esperpéntica; por eso ha perdido adeptos por el camino esa revolucionaria y romántica confrontación contra el sistema. Generalizaciones nada inteligentes ni veraces.
Cuestión, el fracaso, que importará un bledo a un nonagenario que hizo su agosto vendiendo un manual de escasa inteligencia, aprovechando la escasa formación intelectual de los potenciales lectores que adquirieron un ejemplar. Patéticamente rentable.
El prólogo de Sampedro es el truco efectista para que el negocio indignante, que no indignado, saliera redondo. Siempre habrá cabezas cuadradas para aleccionarles vaciando sus bolsillos. De pura indignación la cara dura de este negocio temporal que pretende levantar barricadas mientras otros disfrutan de la tumbona al sol que más calienta... el del populismo izquierdista que siempre encuentra incautos de los que nutrirse.
El prólogo de Sampedro es el truco efectista para que el negocio indignante, que no indignado, saliera redondo. Siempre habrá cabezas cuadradas para aleccionarles vaciando sus bolsillos. De pura indignación la cara dura de este negocio temporal que pretende levantar barricadas mientras otros disfrutan de la tumbona al sol que más calienta... el del populismo izquierdista que siempre encuentra incautos de los que nutrirse.
Ignacio Fernández Candela