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BAJO EL PESO DE UNA LEY VICIADA
Quien tiene entre sus manos un libro, lo abre y descubre la primera página, está descubriendo todo un mundo de sensaciones que a partir de ese momento formará parte ya para siempre de su memoria: es la magia del papel impreso, de las bellas encuadernaciones, de las ideas contenidas y expresadas.
Y cuando en esa obra está contenido el pensamiento, la vivencia, o parte del alma de su autor, y se tiene la suerte y el privilegio de contarle entre los amigos más valiosos, el placer de la lectura de vuelve inenarrable, e irreprimible el deseo de trasladar a otros lectores la conveniencia -casi la necesidad- de adquirirlo para disfrutar de una experiencia semejante.
Tiene Ignacio Fernández Candela la habilidad de separar sus emociones para presentar una experiencia propia tan injusta y grave como la narrada en La afilada navaja de Ockham desprovista del humano y comprensible rencor en el que cualquier otro autor hubiera podido caer; esta habilidad consigue que el lector comprenda perfectamente el alcance de la experiencia, se solidarice con el narrador, y tome nota de su propia vulnerabilidad; porque la experiencia de Ignacio Fernández Candela podría ocurrirle a cualquiera, por el simple hecho de encontrarse en el lugar y el momento propicio.
Ignacio Fernández Candela es un gran periodista español, conocido por expresar su opinión sin rodeos ni divagaciones, y sobre todo sin ambigüedad. Persona de trayectoria profesional seria e impecable; compañero atento; entrañable amigo; sin una sombra de duda en lo tocante a la honradez personal; y sin embargo fue confundido con un peligroso atracador, detenido y sometido a un trato kafkiano y vejatorio. Y no en un país cualquiera, de éstos en los que las garantías y derechos brillan por su ausencia… sino en España, en Madrid, en marzo de 2009.
Cuando el lector se adentre en la narración de la historia vivida por Fernández Candela, advertirá con horror que si estos hechos han sido posibles en la persona cuyas cualidades acabamos de describir en el párrafo anterior, que no son comunes en estos tiempos de valores perdidos, cualquiera de nosotros podría verse en la misma indefensión, por el simple detalle de estar sometidos al azar de encontrar en nuestro camino funcionarios que no merezcan formar parte de las Fuerzas de Seguridad del Estado.
El mismo autor distingue a éstos de los otros: los que tanto reconocimiento merecen por méritos propios y de entrega a su labor, con una exquisita mención en las dedicatorias del libro:
“La sombra de los menos nunca oscurecerá la grandeza ni la calidad humana de la mayoría”.
Y no obstante, esos menos existen, ostentan autoridad, y en caso de verse uno en la situación que tan bien describe Ignacio Fernández Candela, “La afilada navaja de Ockham” puede servir como la mejor guía de actuación: Todo lo que narra Ignacio Fernández Candela ocurrió de forma accidental; y le ocurrió a él como podría haberle ocurrido a usted, o a mí: a cualquier persona por honorable que sea, simplemente por estar en el sitio equivocado y en el momento equivocado.
“Es la existencia un campo de tragedias con las que aprendemos a convivir, desenvolviéndonos con pericia para evitar muchos males que afectan de continuo a nuestro prójimo. Sin embargo nadie está exento de sufrir uno de esos males que tendemos a mirar de reojo con el temor de que fueran a afectarnos.”
Nadie. Ni siquiera usted.
Cualquiera de nosotros puede verse tratado con brutalidad, esposado en postura humillante y dolorosa; obligado a dormir entre las ropas del jergón de una celda, llenas de restos de orina ajenas.
Cualquiera puede tener que enfrentarse después a un procedimiento en el que empiecen a quedar claros los conceptos de suerte y oportunidades en la observación del juez que instruye o el verdadero interés del abogado de oficio -de algunos, que como bien diría el autor de “La afilada navaja de Ockham”, son los menos, pero son-.
El lector podrá comprobar que es posible la lucha de David contra Goliat, y que la razón prevalezca a pesar de lo titánico de la lucha, y quedará ya enganchado a las Letras de Ignacio Fernández Candela cuando de comprender un tema de actualidad se tratare.
De las muchas frases dignas de ser recordadas que se incluyen en la narración de La afilada navaja de Ockham, una me ha llamado particularmente la atención: “La Humanidad no puede creer en sí misma por el resultado de sus obras. Sólo cuando cuando renuncie a la ególatra conquista de sus futilidades, podrá despertar y así ver”
Ha sido para mí un privilegio entregarme a la lectura de La afilada navaja de Ockham, en primer lugar por haberme distinguido su autor con el deseo de conocer mi criterio; y desde luego por haber tenido la oportunidad de disfrutar de una obra trepidante, magistralmente trabajada, y que cumple además la función de instruir al lector cual guía de supervivencia ante situaciones absurdas en las que pueda verse atrapado, sin merecerlo ni esperarlo, bajo el peso de la ley en su forma más viciada.